Según Reich, estamos enfermos, nuestra enfermedad es una enfermedad emocional que parte de la represión de nuestra energía vital. Esta represión comienza en el vientre materno y continúa avanzando en los siguientes años de vida, creando ya para los siete años una coraza muscular con la que, en adelante, nos defenderemos del mundo.
Esta coraza la construimos en su momento por necesidad, ya que estábamos en manos de pequeños hombrecitos y mujercitas, que a su vez tenían sus propias corazas que les impedían vernos en nuestra totalidad, como seres naturales y genuinos que éramos. Es más, nuestro ser genuino les recordaba al suyo estrangulado y eso los revolvía, así que pusieron todo su empeño en hacernos a su imagen y semejanza matando nuestra voz interior a través de la represión y el miedo. Así, los adultos con los que nos encontramos, padres, familiares, profesores... pusieron su impronta en nosotros.
De esto se deriva que en los momentos tempranos de nuestra vida no nos quedó otro remedio que defendernos agarrotándonos físicamente, con el correspondiente endurecimiento de nuestro carácter. Pero como con toda defensa, si construimos un muro nadie entra pero tampoco sale, teniendo como resultado un estancamiento, una rigidez que no permite el fluir energético necesario para interactuar con nuestro entorno, dando y recibiendo, intercambiando, en favor de la homeostasis que está en la base del crecimiento físico y psicológico del ser humano.
Es así que entorpecemos nuestro crecimiento natural y nos quedamos pequeños en muchos aspectos de nuestra vida y nos convertimos en pequeños hombrecitos y mujercitas sin voz propia que desconocen quienes son y se guían a ciegas por referentes erróneos que van en contra de la humanidad y de la vida. Porque estos son los referentes que conocemos, porque esto es lo que nos hicieron.
Pero el cuerpo es sabio, pugna por crecer y su intento de dominación no es gratuita, duele, duele en el cuerpo y duele en el alma y como dice Reich no podemos evitar sentirnos “miserables, pequeños, apestosos, impotentes, rígidos, vacíos, sin vida” y cuando esto sucede intentamos en un principio volcarlo contra el mundo, ya sea apropiándonos de todo lo que encontramos en el camino para llenar este vacío o empequeñeciendo a los demás para sentirnos más grandes. Es así como dañamos a los niños, a las parejas, a los amigos, a los países...es así como entramos en guerra y matamos la vida. Pero todo esto no nos hace sentirnos mejor, porque el vacío no se llena y nosotros no nos sentimos más grandes sino todavía más pequeños.
La salud comienza cuando estamos dispuestos a mirarnos y vernos en nuestra pequeñez y comenzamos el viaje en busca de nuestra voz interior perdida. Es aquí cuando contactamos con el concepto de responsabilidad.
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